sábado, 10 de marzo de 2018

SÁBADO, SEMANA 3 DE CUARESMA


Bendice al Señor, alma mía,
y nunca olvides sus beneficios.
Él perdona todas tus culpas.

Sal 102, 2-3

Oración:    

Señor y Dios nuestro, nos alegramos por la celebración anual de la Cuaresma, y te pedimos que, participando del misterio pascual, podamos gozar plenamente de sus frutos. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo, y es Dios, por los siglos de los siglos.

DIOS NOS HABLA. CONTEMPLAMOS SU PALABRA.

I LECTURA

Dios se queja de una piedad volátil, efímera, superficial. No alcanzan los gestos ni los ritos para adorarlo. No es lo externo lo que tiene valor para Dios, sino ofrecérsele desde lo más profundo de nuestro ser.

Lectura de la profecía de Oseas 6, 1-6

“Vengan, volvamos al Señor: Él nos ha desgarrado, pero nos sanará; ha golpeado, pero vendará nuestras heridas. Después de dos días nos hará revivir, al tercer día nos levantará, y viviremos en su presencia. Esforcémonos por conocer al Señor: su aparición es cierta como la aurora. Vendrá a nosotros como la lluvia, como la lluvia de primavera que riega la tierra”. ¿Qué haré contigo, Efraím? ¿Qué haré contigo, Judá? Porque el amor de ustedes es como nube matinal, como el rocío que pronto se disipa. Por eso los hice pedazos por medio de los profetas, los hice morir con las palabras de mi boca, y mi juicio surgirá como la luz. Porque yo quiero amor y no sacrificios, conocimiento de Dios más que holocaustos.
Palabra de Dios.

Salmo 50, 3-4. 18-21ab

R. El Señor quiere amor y no sacrificios.

¡Ten piedad de mí, Señor, por tu bondad, por tu gran compasión, borra mis faltas! ¡Lávame totalmente de mi culpa y purifícame de mi pecado! R.

Los sacrificios no te satisfacen; si ofrezco un holocausto, no lo aceptas: mi sacrificio es un espíritu contrito, Tú no desprecias el corazón contrito y humillado. R.

Trata bien a Sión, Señor, por tu bondad; reconstruye los muros de Jerusalén. Entonces aceptarás los sacrificios rituales: las oblaciones y los holocaustos. R.


EVANGELIO     

“Jesús cuenta esta parábola a los que ‘despreciaban a los demás’. El desprecio del fariseo recae sobre el publicano, que está ahí, en el Templo, alejado detrás de él, pero habría podido recaer, según parece, sobre cualquier otro que hubiera tenido la desgracia de encontrarse bajo su mirada. Da gracias no por ser admitido en la intimidad de Dios, sino por ser diferente de los otros. Enumera aquellas cosas de las que se priva (por el ayuno) y las que da (el diezmo), pero no lo que Dios le da. Y reza ‘para [o hacia] sí mismo’. A pesar de su posición erguida, no está vuelto hacia Dios”.

Ì Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 18, 9-14

Refiriéndose a algunos que se tenían por justos y despreciaban a los demás, Jesús dijo esta parábola: Dos hombres subieron al Templo para orar; uno era fariseo y el otro, publicano. El fariseo, de pie, oraba así: “Dios mío, te doy gracias porque no soy como los demás hombres, que son ladrones, injustos y adúlteros; ni tampoco como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago la décima parte de todas mis entradas”. En cambio el publicano, manteniéndose a distancia, no se animaba siquiera a levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: “¡Dios mío, ten piedad de mí, que soy un pecador! Les aseguro que este último volvió a su casa justificado, pero no el primero. Porque todo el que se eleva será humillado, y el que se humilla será elevado.
Palabra del Señor.
MEDITAMOS LA PALABRA

En el evangelio de hoy, Jesús nos pide que nos situemos «en verdad» delante de Dios: el fariseo orgulloso cree pasarse de listo al multiplicar los gestos exteriores... Si bien el profeta había ya dicho: «quiero amor, no sacrificio».

-Es el amor lo que quiero y no los sacrificios, el conocimiento de Dios, más que los holocaustos.

Dios tiene interés en repetírnoslo.

De ningún modo los ritos y las ceremonias nos harán ser agradables a Dios. Lo que Dios espera de nosotros es que le amemos. «Es amor lo que quiero». Un amor que transforme todos los actos de nuestras vidas, incluidos los ritos y las ceremonias, pero sobre todo nuestros actos ordinarios.

El profeta Oseas, como todos los profetas, como Jesús, opone el amor de Dios a los ritos celebrados sin amor.

Es verdad y hay que confesarlo ¡Cuántas veces salimos de misa sin haber encontrado a Dios! ¡Sin haberle conocido y amado más! ¡Cuántas misas, a las que llegamos tarde y no se tiene tiempo de situarse en presencia del invisible!

-Venid, volvamos al Señor.

Corramos al conocimiento del Señor.

El tema del «conocimiento» de Dios es muy corriente en el profeta Oseas.

No hay que oponer "amor" a «conocimiento»: no va uno sin el otro. Quien conoce a otro, será más capaz de amarle.

Quien ama a otro quiere conocerlo mejor.

Señor, danos ese deseo de conocerte más y más.

Nunca acabamos de descubrirte.

Estas meditaciones de tu Palabra, regulares, reiterativas son un medio, entre otros, de conocerte mejor.

Ayúdame a proseguir en ellas, no mecánicamente, sino con amor, con fidelidad. Sin formalismo. Con amor.

-Cierta como la aurora es su venida.

La regularidad de los ritmos de la naturaleza era, para los semitas, un asesoramiento de la regularidad de Dios. La certeza de la llegada de la aurora al final de la noche... es una imagen de la certeza de la «venida» de Dios.

Dios, una aurora. El día que viene.

-Su venida será para nosotros como el aguacero, como las lluvias tardías que riegan la tierra.

Evoco en mis recuerdos las imágenes aquí propuestas.

Una lluvia de primavera por la que reverdecen los prados y corren los riachuelos. Así Dios para nuestras vidas invernales y a menudo resecas... ¡es una promesa de vida!

-Vuestro amor es fugitivo como la bruma mañanera.

Como el rocío que se evapora al apuntar el día.

Dios espera nuestro amor; y a menudo le decepcionamos.

Hoy escucho su queja... trato de oírla y me la aplico: «Tu amor, el tuyo... (aquí pongo mi nombre) es fugitivo».

Ayúdame, Señor, a amarte, a corresponder a tu amor.

ORAMOS CON LA PALABRA

El publicano, manteniéndose a distancia,
se golpeaba el pecho, diciendo:
“Dios mío, ten piedad de mí,
que soy un pecador”.

Lc 18, 13

Oración conclusiva

Padre, extiende tu mano poderosa sobre estos hijos tuyos y protégenos para que te busquemos de todo corazón, y así merezcamos recibir de ti lo que pedimos. Por Jesucristo, nuestro Señor.

¡Buena jornada!

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