Escucha, Señor,
ten piedad de mí;
ven a ayudarme, Señor.
(Sal 29, 11)
Oración inicial:
Dios y Padre nuestro, acompaña con tu
benevolencia los comienzos de nuestro camino penitencial, para que nuestras
prácticas exteriores expresen la sinceridad de nuestro corazón. Por Jesucristo,
tu Hijo, nuestro Maestro y Señor. Amén.
CONTEMPLAMOS LA PALABRA
I LECTURA
Dios
no acepta las prácticas piadosas disociadas del amor al prójimo. De nada vale
un ayuno o privación autoimpuesta cuando no se cumplen los elementales
principios de la justicia. La conversión no consiste en una pequeña
mortificación, sino en el resultado de una revisión profunda de nuestras
relaciones sociales, laborales y económicas.
Lectura del libro de Isaías 58, 1-9ª
Así habla el Señor Dios: ¡Grita a voz en
cuello, no te contengas, alza tu voz como una trompeta: denúnciale a mi pueblo
su rebeldía y sus pecados a la casa de Jacob! Ellos me consultan día tras día y
quieren conocer mis caminos, como lo haría una nación que practica la justicia
y no abandona el derecho de su Dios; reclaman de mí sentencias justas, les
gusta estar cerca de Dios: “¿Por qué ayunamos y tú no lo ves, nos afligimos y
tú no lo reconoces?”. Porque ustedes, el mismo día en que ayunan, se ocupan de
negocios y maltratan a su servidumbre. Ayunan para entregarse a pleitos y
querellas y para golpear perversamente con el puño. No ayunen como en esos
días, si quieren hacer oír su voz en las alturas. ¿Es éste acaso el ayuno que
yo amo, el día en que el hombre se aflige a sí mismo? Doblar la cabeza como un
junco, tenderse sobre el cilicio y la ceniza: ¿a eso lo llamas ayuno y día
aceptable al Señor? Este es el ayuno que yo amo –oráculo del Señor–: soltar las
cadenas injustas, desatar los lazos del yugo, dejar en libertad a los oprimidos
y romper todos los yugos; compartir tu pan con el hambriento y albergar a los
pobres sin techo; cubrir al que veas desnudo y no despreocuparte de tu propia
carne. Entonces despuntará tu luz como la aurora, y tu llaga no tardará en
cicatrizar; delante de ti avanzará tu justicia, y detrás de ti irá la gloria
del Señor. Entonces llamarás, y el Señor responderá; pedirás auxilio, y él
dirá: “¡Aquí estoy!”.
Palabra de Dios.
Salmo
50, 3-6a. 18-19
R.
¡Tú no desprecias un corazón contrito, Señor!
¡Ten piedad de mí, Señor, por tu bondad,
por tu gran compasión, borra mis faltas! ¡Lávame totalmente de mi culpa y
purifícame de mi pecado! R.
Porque yo reconozco mis faltas y mi
pecado está siempre ante mí. Contra ti, contra ti solo pequé e hice lo que es
malo a tus ojos. R.
Los sacrificios no te satisfacen; si
ofrezco un holocausto, no lo aceptas: mi sacrificio es un espíritu contrito, Tú
no desprecias el corazón contrito y humillado. R.
EVANGELIO
En
el Reino de Dios todo es nuevo. Como un vino que hace estallar los viejos odres
o una tela que siempre vuelve a tironear de la prenda, el Reino se “sale” de
cualquier estructura o esquema en que queramos encerrarlo. Y eso vale también
para las prácticas piadosas, como el ayuno, el cual, si lo realizamos sólo como
un cumplimiento medido desde el esfuerzo humano, no dejará espacio para que
Dios venga a reinar.
✜ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san
Mateo 9, 14-15
Se acercaron a Jesús los discípulos de
Juan Bautista y le dijeron: “¿Por qué nosotros y los fariseos ayunamos mucho
mientras que tus discípulos no ayunan?”. Jesús les respondió: “¿Acaso los
amigos del esposo pueden estar tristes mientras el esposo está con ellos?
Llegará el momento en que el esposo les será quitado, y entonces ayunarán”.
Palabra del Señor.
MEDITAMOS LA PALABRA
En el Evangelio de hoy, Jesús insiste en
que la «alegría» sea primero. Antes del «ayuno», antes del sacrificio, hay la
alegría de estar «con el Esposo», con Dios. "Los compañeros del Esposo
¿deben ayunar mientras el Esposo está con ellos?"
-Me buscan, según parece... Les agrada
mi vecindad... Dicen: nosotros ayunamos y Tú, Señor, ¿no lo ves?
Emocionante confesión de Dios: reconoce
nuestras pobres tentativas humanas. Efectivamente, es verdad, la humanidad
busca a Dios. Se le quisiera cercano y favorable a nuestros proyectos; y para
ello uno es incluso capaz de ayunar, de hacer alguna penitencia.
-Pero mientras ayunáis sabéis buscar
vuestro negocio, explotáis a vuestros trabajadores, continuáis las querellas,
las disputas, los puñetazos.
Ayunar es bueno, dice Dios, pero no es
lo esencial. Lo esencial es respetar al prójimo, no explotarle, no considerarlo
como un objeto que ponemos a nuestro provecho.
Ayúdanos, Señor, a no buscar con avidez
nuestra ventaja y menos si hay detrimento para los demás. ¡Ayuda a cada hombre
a no explotar a otro hombre! En nuestras vidas de familia, en nuestro trabajo,
en nuestras relaciones, ayúdanos a no ser exigentes ni duros, ni atropelladores,
ni tajantes; que renunciemos a las «disputas y a las querellas» y, como dice el
Señor, que nuestro ayuno sea «desatar los lazos de maldad». Privarse de
suscitar disputas y atropellos es más necesario que privarse de alimento o de
golosinas.
La Cuaresma que me agrada es:
-Aflojar las cadenas injustas...
-Liberar a los oprimidos...
-Compartir el pan con el hambriento...
-Dar acogida al desgraciado...
-Cubrir al que veas sin vestido...
-No esquivar a tu semejante...
Esas frases deberían pasar sin
comentario. Es preciso llevar a la oración esas palabras que nos queman como
brasas.
Eso es lo que Tú esperas de mí, Señor.
¡Ah, si todos los cristianos pudieran oír esas llamadas. Si tu pueblo aceptara
dejarse interrogar sobre esas cuestiones, durante cuarenta días al año! ¡Cuál
sería la renovación de la sociedad humana, con esa levadura! ¡Qué revolución
sin violencia sería la Iglesia en medio del mundo!
Pero, cuidado, no he de aplicar esas
palabras a mis vecinos. Van dirigidas a mí. Concédeme, Señor, no andar soñando
en sacrificios y en «ayunos» excepcionales; te pido saber aceptar francamente
los que me imponen mis relaciones humanas, cotidianas. «¡Comparte!» «¡Acoge!»
«¡Da!».
-Un día agradable al Señor...
Lo significativo de ese día no es el
«ayuno», sino el amor a los semejantes.
-Entonces brotará tu luz como la aurora.
Entonces clamarás al Señor y te contestará: "Aquí estoy".
Si la búsqueda de Dios, el deseo de su
cercanía parece a menudo tan inoperante, es porque no ponemos los medios
adecuados. El encuentro con Dios está condicionado por nuestras conductas
humanas fraternas o no.
ORAMOS CON LA PALABRA
Muéstranos,
Señor, tus caminos;
enséñanos tus
senderos.
(Sal 24, 4)
Oración conclusiva:
Dios misericordioso, concede a tu pueblo
agradecer siempre tus beneficios y, al recordarlos en nuestra peregrinación por
la tierra, prepararnos para alcanzar la visión eterna de tu rostro. Por
Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
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